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El Malecón

Diana

Marketing Manager

Si hubiese que hablar de un elemento distintivo de la ciudad de La Habana, probablemente el Malecón sería una de las opciones más obvias.

 

Para el cubano el Malecón habanero puede representar:

  • un espacio de tranquilidad para pensar,
  • el centro de reuniones nocturnas preferido por aquellos que gustan de pasar sus horas al compás de una guitarra, tragos de ron y charlas intensas,
  • es también un paño de lágrimas y eco de las penas más profundas del corazón,
  • es refugio de los amantes
  • y lienzo de los artistas que persiguen afanosos sus atardeceres dorados.


Su construcción inició durante el período de la primera ocupación militar americana en Cuba en el año 1901 y abarcaba originalmente el tramo comprendido entre el Paseo del Prado y la calle Crespo.

 

Posteriormente se realizaron cuatro elongaciones (1902-1952) hasta alcanzar la desembocadura del río Almendares.

 

Una obra ingenieril monumental de aproximadamente siete mil metros de concreto diseñado para prevenir la entrada del mar a la ciudad, es hoy considerado un Patrimonio de la Humanidad.

 

Dada la importancia del Malecón varios monumentos a héroes de la república se han erigido próximos al mismo, tales como el monumento del mayor General Antonio Maceo y el del general Máximo Gómez.

 

Muchas de las arterias de la ciudad convergen en los amplios carriles del Malecón, por lo que no es de extrañar que se observe una afluencia de tráfico constante por sus calles tanto durante el día como en la noche.

 

La acera próxima al malecón es ideal para los corredores, ya que les ofrece un amplio tramo continuo para ejercitarse mientras disfrutan de la brisa del mar y de las vistas de la ciudad.


Como todas las ciudades próximas al mar, existe una atracción misteriosa de sus habitantes hacia sus orillas.

 

En tiempo de verano se pueden ver grupos de niños que, huyendo del calor y la zozobra de las tardes de vacaciones, se lanzan desde lo alto del muro del Malecón como hábiles nadadores, demostrando su destreza ante los otros realizando complicadas piruetas que culminan en un salpicar de agua estruendoso, despertando ovaciones entre aquellos más jóvenes que aspiran a realizarlas algún día, y un que otro abucheo por parte de algún competidor resentido.

 

Los mayores, cansados por los años y por largos días de trabajo prefieren utilizar el amplio muro para actividades más sosegadas.

 

Es así que, en determinadas zonas del muro, donde son más profundas las aguas, se extienden como finos hilos de araña los carretes de los pescadores habaneros.

 

Siempre afanosos de capturar un buen trofeo lanzan sus anzuelos al borde del malecón y pasan horas, como si estatuas fueran contemplando el vaivén de las olas.

 

En las noches es poco el espacio de tamaña construcción para recibir a los miles de habaneros que buscan diversión, compañía o quizás solo escapan de un apagón nocturno en la ciudad.

 

Los músicos ambulantes se pasean entre las gentes con sus maracas y guitarras a cuestas entonando melodías familiares, y a veces otras no tanto.

 

El malecón es el corazón palpitante de la ciudad de la Habana, la esencia del espíritu habanero, no hay una persona que haya visitado la ciudad y no haya caminado junto a él.

 

Los atardeceres del Malecón tienen una mística indescriptible, todas las tardes sobre el estrado de concreto danzan los colores del cielo para la ciudad, y aquellos que la llevan verdaderamente en su pecho, no pueden evitar quedar prendados cada vez de esa realidad maravillosa y viva que tiene el Malecón Habanero.

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